7 de junio: Tierra y alimentos sanos en el día del periodista

La sugestiva coincidencia de dos conmemoraciones permite reflexionar sobre las causas hondas de la decadencia y los temas clausurados como si fueran tabúes. Otra mirada a la estrecha relación de los frutos de la redacción, la mesa y la historia.

 

Por DANIEL TIRSO FIOROTTO (*)

Cada 7 de Junio, como este miércoles, celebramos el Día del periodista y el Día de los alimentos sanos. La coincidencia, por demás sugestiva en nuestro territorio, compromete a las mujeres y los hombres que ejercemos el periodismo y producimos alimentos intangibles no siempre inocuos, al tiempo que velamos por los temas principales de nuestra región: el difícil acceso a los alimentos de la mesa, por ejemplo.

O la pérdida del celo por la palabra, que ha sido por siglos una identidad en esta región.

El 7 de Junio es bravo sin dudas, no hay modo de esquivarlo. Si el periodismo toma conciencia del servicio que puede cumplir con recuperar la veneración por la palabra y comprender el mundo de los alimentos saludables, el oficio se convierte en vital, y entramos en un círculo virtuoso.

Y es que por la comunicación y el plato reverdecen nuestra empatía con la vecindad y nuestra relación milenaria con la madre tierra, la Pachamama. La pérdida de esos vínculos ancestrales es un tema prioritario que el poder oculta y el periodismo puede revelar porque nos desnaturaliza.

El periodismo se desenvuelve entre límites estrechos y presiones diversas. Esa situación real, a veces grave porque expulsa a muchos y mantiene a otros bajo amenaza, puede ser usada también como pretexto para haraganear, digámoslo.

En este país de alimentos caros, distantes, viejos, envasados, cuando no contaminados y gradualmente reducidos en su variedad, el 7 de Junio nos llama a cultivar alimentos baratos, cercanos, frescos, nutritivos y múltiples. Ocurre con los alimentos del plato, el vaso y la taza, y ocurre con los alimentos de la pantalla, la radio y el papel. ¿Podemos nosotros, los trabajadores, mejorar el menú?

Asombra la cantidad de niños que mueren en el mundo por la falta de atención en la calidad de los alimentos, la variedad de enfermedades generadas en el consumo de alimentos en mal estado o engañosos. Si reunimos los perjuicios de la mala alimentación con los perjuicios del amontonamiento de la gente veremos que el acceso a espacios adecuados cobra una importancia superlativa. ¿Es cierto que hay niños que nacen con un millón de hectáreas, y niños que, al lado, nacen con nada y endeudados? Sí, es cierto. ¿Y por qué se nos hace tan difícil explicar la decadencia argentina?

En el mundo de las palabras entendidas como alimentos no estamos mejor, y a veces parecemos fuertes pero padecemos de sobrepeso por la comida chatarra a los apuros, si se nos permite el préstamo.

Periodismo panzaverde

El abecé del periodismo entrerriano radica en saber que hace 240 años el nicaragüense que le puso nombre a nuestra provincia, Tomás de Rocamora, ya advirtió al poder central que debíamos disputar la tierra a los terratenientes, foráneos en su mayoría, para que encontrara acomodo la familia humilde. Y saber que, contra ese mandato, hoy existen decenas de miles de familias ya desterradas, o subsistiendo en el amontonamiento, mientras unos pocos medran con propiedades inmensas, con el guiño de sus socios de la política que administran el estado. Es decir: si los periodistas ayudamos a escuchar a Rocamora, ya estamos prestando un gran servicio.

Antes que Rocamora, charrúas, guaraníes, chanás, dieron su tiempo, su salud, su vida, por sostenerse en territorios comunitarios, contra la intención del conquistador que los quería reducidos: sin tierra, sin selva, sin lengua, sin cultura alimentaria propia. Para encajarles sus creencias, su idioma, sus costumbres, convertirlos en siervos, violarlos y acaparar todas las tierras, patentadas al fin por un puñado de invasores, a quienes el nuevo sistema rinde homenaje, por ejemplo (y en el extremo del oprobio), con el nombre de Los Conquistadores a una ciudad.

En la Argentina, el combo de colonialismo, racismo, supremacismo, capitalismo, uniformidad y violencia, se manifiesta con claridad en la relación de las familias con la tierra. O mejor, en el distanciamiento del ser humano y la Pachamama. Y para sostenerlo se requiere de una anestesia que aplica el sistema sobre las personas: la ignorancia. ¿Por qué vías? Las aulas, los templos, las pantallas.

Saberes ancestrales

Las luchas de siglos florecieron a principios de 1800 con la revolución federal, por la soberanía particular de los pueblos, pero el poder colonial volvió a acallar las voces.

Cuidar la biodiversidad, cuidar la reproducción de los animales domésticos, cuidar el territorio que brinda sombra, espacio, agua, alimentos, paz; construir aguadas cercanas, conocer los árboles, las aves, facilitar el acceso a la tierra a los marginados, en fin: hay testimonios registrados por siglos, que demuestran la conciencia social en torno de los alimentos y de la vida saludable en la naturaleza, y contra los hábitos nocivos enfrente de la naturaleza que experimentamos hoy.

Desoyendo la historia y, más aún, desoyendo los saberes ancestrales, existen decenas de miles de familia sin un metro cuadrado donde cultivar una huerta, donde plantar un naranjo, donde escuchar los trinos y celebrar la armonía. Esas familias suelen comprar alimentos que en vez de ser producidos en la vecindad vienen de miles de kilómetros, gastando combustibles, cubiertas, tiempo, envases, con una intermediación que encarece el acceso a esos bienes, como lo encarece la suma de impuestos, es decir: el estado conspirando contra la alimentación.

Tenemos en Entre Ríos un promedio de 200 metros de costas de ríos y arroyos por familia. ¿Quién se quedó con la suya? Agua, tierra, clima benigno, paisaje inigualable, ¿en manos de quiénes?

Así hemos llegado a una distancia extrema entre la producción de los alimentos y la mesa familiar. Ese abismo entre la Pachamama y la persona humana tampoco es inocuo: lo aprovechan los sectores de poder para la economía extractiva. El desconocimiento facilita el saqueo, al punto que el sistema ha logrado que la juventud ni siquiera reclame un pedazo de tierra, una fuente de agua. ¿Cuánto falta para que también le alambren el aire?

Reaccionarios

Si las 100 mil familias entrerrianas más pobres, en el grado indigente, recibieran 10 hectáreas cada una, con 1 millón de hectáreas provocaríamos una revolución.

Como la superficie productiva de Entre Ríos es de 5 millones, quedarían 4 millones de hectáreas para seguir con una variedad de modelos conocidos o posibles. Aparte, 2,8 millones de hectáreas para los humedales y los montes preservados, si consideramos que la superficie total de la provincia es de 7,8 millones de hectáreas.

Claro, se dirá, cómo lograr semejante cambio, de dónde saldrían los fondos. Muy sencillo: estamos hablando de 3 mil millones de dólares para comprar 1 millón de hectáreas, y ese monto equivale a sólo un tercio de lo que el estado nacional ha invertido en Aerolíneas Argentinas en una década y pico (9 mil millones de dólares). Como se ve, todo depende de las prioridades de los políticos, es decir: si subsidian a los que viajan en avión o les devuelven tierras, libertad y dignidad a los humildes. Lo que equivale a decir: si son reaccionarios o revolucionarios.

Se dirá entonces que con 10 ha una familia no vive. ¿Y por qué, entonces, si una familia no puede vivir con 100 mil metros cuadrados, pretenden que viva sin siquiera un metro cuadrado?

El sistema actual, grotesco y perverso, sólo se sostiene mediante la confusión. Para que muchos no alcancen a ver el monstruo se necesita un mecanismo de confusión perfectamente orquestado.

Si decimos que Entre Ríos tiene 7,8 millones de hectáreas mentimos un poco, porque tiene 7,878, es decir: nos quedaban afuera 78 mil hectáreas. Y bien: si las 100 mil familias más humildes recibieran cada una un terreno de 50 metros por 50 metros (un cuarto de hectárea), bastaría con 25.000 hectáreas para librarlas del hacinamiento actual. Un cambio fenomenal, y con solo media estancia de las decenas de estancias que hieren los ojos en manos de capitales foráneos que padecemos por aquí. Quiere decir que con la superficie que no contábamos (por redondear), con esas 78 mil hectáreas, pueden recibir un terreno de 50 x 50 unas 300 mil familias entrerrianas (80 % del total).

Dos latifundios

Con vistas al Día del periodista aquí ejercemos uno de los géneros del periodismo: la interpretación. Veamos entonces cómo el sistema nos aleja de los alimentos inocuos que este 7 de Junio pretende recuperar y celebrar. Los entrerrianos padecemos dos tipos de latifundio: la gran extensión de 30 mil hectáreas o más, con producción extensiva, pocos obreros y propietarios foráneos en la mayoría absoluta de los casos, hoy como ayer; y los cientos de hectáreas acumulados por la patria contratista y el inmobiliarismo dentro de los ejidos urbanos, con fines especulativos, es decir: empresas socias del poder político, que se adueñan de superficies compradas como campo, baratas, para luego negociar con ventajas con el estado (servicios, loteos, obras públicas), y en esa negociación espuria sacar pingües diferencias y dejar como retribución algunos fondos para las campañas partidarias.

Algunos de los sectores que prometen soluciones habitacionales son en verdad los que mezquinan esas soluciones. Por eso, en el Gran Paraná abundan los predios enormes sin gallinas, sin vacas, sin caballos, sin cerdos, sin casas, sin niños, sin huertas, sin árboles, sin nada de nada, y así por años. Algunos municipios cobran altas tasas al común de las familias, por los baldíos, pero esas normas no tocan a los parásitos del estado, terratenientes urbanos, que en cambio arreglan con la provincia y no pagan en las comunas… Sí, aunque parezca mentira.

Ahí donde los humildes podrían cultivar unos zapallos, criar algunas aves, plantar unos frutales, establecer un tallercito, reina el desierto, la especulación a cielo abierto, hasta que una licitación amañada o alguna compra directa forzando las normas pague por esa tierra lo que no vale. De los organismos estatales que manejan las licitaciones (las de un solo oferente dan risa de tan obscenas) suelen salir candidatos principales en las listas electorales, como es sabido.

Cuando por alguna casualidad o por el coraje de algún periodista las trapisondas llegan a los tribunales, los empresarios aceptan sus canalladas, pagan el uno por ciento de lo que se llevaron, y vuelven al ruedo, bajo el amparo del poder socio de la política.

Ahí el sistema que impide a las familias pisar un terreno donde vivir, donde obtener sus alimentos inocuos. El sistema que priva a la juventud de alternativas y la embreta en la violencia y las drogas.

Es un problema de salud. Pero el colonialismo ha logrado encerrarnos en sus compartimentos estancos, entonces llama salud al yeso en el brazo, pero no llama salud al acceso a los alimentos sanos y cercanos. Por disparatado que suene.

Tender la ropa

El latifundio urbano es tan nocivo como el latifundio clásico, y daña de manera directa a las chicas y los muchachos que intentan formar parejas, a esas familias privadas de un lotecito donde edificar una habitación y un baño, cultivar sus alimentos, emanciparse de los punteros. Los gobernantes pueden ceder en mil asuntos y llamarles «derechos humanos» en tanto eso no signifique tocar siquiera la tierra y los bancos, es decir, molestar a sus socios.

Los dos latifundios dañan a la niñez, alejándola de los frutos de la tierra y de los oficios vinculados a la Pachamama. Enferman porque el desarraigo y el hacinamiento enferman.

Hay casos un poco más benignos, en la misma matriz: la entrega de viviendas a familias marginadas en espacios de 8 metros por 20, con suerte, con un patio que apenas alcanza para tender la ropa, cuando alrededor sobran centenares de hectáreas vacías, vaciadas, en manos de especuladores. Es obvio que los más humildes son los que más necesitan un espacio amplio para vivir y alimentarse, y para librarse de las dádivas de la burguesía en el poder, que se siente satisfecha en la mediación, repartiendo aquí lo que quita allá.

Casa, comunidad, espacio, alimentos, despotismo con maquillaje filantrópico, todos temas que nos presenta este 7 de Junio.

Las rendijas

Contar hazañas de jefes guerreros o anunciar que zarpa un barco: el periodismo tuvo un origen militar y comercial hace dos mil años. Dependía en su momento de poderosos de la política y la economía. ¿Y ahora?

Cuántos presidentes y gobernadores se mueren por contar sus «gestas» al modo de un Trajano, de un Julio César, por dejar susnombrecitos en cada ladrillo, y para ello quieren poner a los periodistas de lustrabotas.

La palabra, según nuestras tradiciones, está en el origen de la vida, pero los poderosos creen que la palabra está a su servicio.

Con el paso de los siglos la sociedad se ha generado expectativas con las noticias y las interpretaciones, y cree hallar en el periodismo cierta capacidad de distanciamiento, de objetivación, una mirada sin intereses personales ni sectoriales, en condiciones de cantar la justa. Lo cual tiene algún asidero, y es también una creencia.

¿De qué vive el periodista, sino del sistema? Gobiernos, corporaciones, banqueros, industriales, exportadores, poderosos de toda laya. Las instituciones que convalidan o legitiman el sistema son las que reparten espacios y prestigios también dentro del periodismo. ¿Es entonces una utopía reclamar esa independencia? De ninguna manera: los periodistas cultivamos una especial capacidad para hallar rendijas, para cuidar el oficio y a la vez ejercerlo. No vamos a enumerar aquí los esfuerzos de unos y otros; las tensiones, las zozobras, los riesgos, que exige el periodismo.

¿De qué depende esa capacidad? Es distinta en cada cual, pero requiere de amor, apertura al conocimiento, serenidad para escuchar, velocidad para actuar, fundamento, desapego, coraje. Para ello, el periodista echa espalda propia y busca lugares que lo sostengan, o se los hace.

También requiere afinar la relación auténtica en la vecindad, cultivar la confianza aunque ello significa asumir riesgos. Al contrario de lo que pueda pensarse, el periodista no es desconfiado. ¿Por qué? Porque el centro es el tejido comunitario, el periodista es persona en comunidad, y nadie participa realmente de la comunidad en la desconfianza.

Eso no equivale a usar la confianza para obtener datos, al modo de un espía. El periodista sabe perderse notas, perderse títulos, perderse primicias, si el dato le llegó por una relación de confianza.

Conciencia y verdad

El periodismo está atado a la conciencia y a la verdad, no a los caprichos, a los intereses, a las modas, y tampoco a las mayorías. Es decir: el periodismo no está atado.

Y a no alarmarse: tampoco la justicia está atada a las mayorías. Por eso hablamos de jueces de la república. No se trata de cantidad sino de verdad. Un ejemplo: el periodista puede cuestionar a un gobernante así sea votado por las mayorías. Puede hacer talón en la verosimilitud y señalar la corrupción sin esperar un fallo, porque el periodista no depende del juez, aunque comprenda los alcances de ese sistema. Su ámbito es la comunidad, anterior a cualquier organización feudal, estatal o corporativa.

Tampoco está atado a los usos de la economía. Y aquí otro ejemplo: el sistema permite negocios con la tierra como si se tratara de un bien transable cualquiera, y el periodista no se atiene a esa regla inventada por los dueños de las superficies, todo lo contrario: si conoce la realidad, combate esa costumbre. Y es que el periodismo pierde razón de ser cuando se alinea al sistema de modo acrítico.

La tierra no es una mercancía ni es un derecho. La tierra es el lugar de la vida y es la vida; como decimos en nuestros pueblos milenarios: la tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra.

En la estructura económica actual se comprenden las parcelas usadas por familias para desplegar la vida y producir sus alimentos, y mejor si es con trabajo colectivo y festivo, aunque las políticas, por décadas, atentan contra la familia y el trabajo comunitario y las parcelas pequeñas. Pero una cosa es una unidad económica (que varía según la zona, el clima, el rubro), y otra muy distinta es el uso de la tierra para acumular riquezas, anclar ganancias obtenidas en distintas actividades, apropiarse del planeta desde un inaceptable criterio de propiedad absoluta.

Tierra, pelota y perros

¿No es el estado el que permite que una sola persona acumule en la Argentina 1 millón de hectáreas, mientras hay millones de personas que no tienen dónde caerse muertas?

¿Por qué aquellos que más conocen la tierra y los alimentos no tienen tierra?

¿Quiénes compran tierras en Entre Ríos, en zonas rurales y urbanas? Veamos: multinacionales, sociedades anónimas, empresarios de la construcción, contratistas del estado, banqueros, ricos de Europa, futbolistas, sindicalistas, políticos, industriales, militares, ministros, abogados, actores de cine, cantantes; ¿no es el estado el que impide que las familias campesinas y las familias del barrio accedan al terreno que necesitan para alimentarse?

¿No es el estado racista el que quitó tierras a los pueblos originarios a sangre y fuego para repartirlas entre los poderosos? ¿No sabíamos eso? ¿Y por qué habríamos de saberlo, si el mismo estado que facilita la concentración de la tierra en pocas manos es el que baja línea en las escuelas y los medios masivos y los templos con la firme determinación de ocultar los verdaderos problemas del país? ¿No es el estado el que nos hace naturalizar el despropósito de colocar la tierra al mejor postor y alejarla puntillosamente de aquellos que más la necesitan? ¿No es la connivencia de sectores de poder, entonces, la que aleja al ser humano de sus alimentos sanos, cercanos, baratos, sabrosos, variados, y separa a las comunidades de su propio entorno? ¿No es esa connivencia la que ha destruido las comunidades campesinas, y destruye la sociedad urbana mediante el amontonamiento, y la asistencia de familias «sobrantes» como se atiende a los perros de la calle en una perrera de las de antes? ¿Y no son esos mismos sectores los que ponen al periodismo entre la espada y la pared, para que se incline?

Prioridades cabeza abajo

Los entrerrianos tienen problemas para circular en la mayoría absoluta de sus caminos cuando llueve. Por eso las familias no se establecen en zonas sin caminos seguros, dado que no tienen garantizada la educación ni la salud ni la producción en rubros familiares como los pollos, las gallinas, el tambo. Y como hemos visto, también tienen problemas de vivienda y espacio, y el subsidio a las personas que viajan en avión nos privó de adquirir 3 millones de hectáreas feraces para iniciar una revolución agraria sin precedentes. Hace falta conocer la sucesión de opresiones que derivó en la inviable situación actual.

Vale señalarlo porque las cantidades de dinero y las superficies grandes suelen confundirnos. La palabra al servicio del poder es un flagelo.

Y para advertir que sectores políticos ubicados de un lado o del otro lado de la pretendida grieta coinciden en sostener políticas reaccionarias, de un estado vertical colonial despótico, lejos de las necesidades de la biodiversidad y sus poblaciones, incluida la especie humana.

Con el déficit de Aerolíneas compramos 3 millones de hectáreas aquí, pero en la Patagonia, y en tierras aceptables, 6 millones. ¿Dónde está el problema con el pueblo mapuche que reclama un espacio, sino en un estado que, como sus sucesivos gobernantes, tiene las prioridades cabeza abajo?

Día del periodista y Día de los alimentos inocuos: si este 7 de Junio no nos alumbra, podemos entonces perder las esperanzas.

(*) Publicado en diario UNO el 4 de junio 2023 (Se reproduce por gentileza de su autor).

(elmiercolesdigital)