El cantante argentino Enrique Santos Discépolo describió al tango “como un pensamiento triste que se baila.” En el barrio del Abasto en Buenos Aires, donde debutó Carlos Gardel, aún lo recuerdan “caminando y haciendo figuras”, como se lleva el tango. Ahí, una escultura de bronce del “Zorzal criollo” —uno de los apodos del compositor— espera a los turistas con los brazos cruzados, un moño adornando el cuello y el cabello perfectamente engominado.
La escultura firmada por Mariano Pagés no es la única imagen del cantautor en la capital argentina. El retrato de Gardel —inmortalizado por el fotógrafo José María Silva— suele estar presente en todas las milongas y en las paredes de hogares y establecimientos comerciales, no sólo en Buenos Aires sino en Montevideo. La nacionalidad del cantante y compositor no es clara. Tras su muerte —a los 44 años— en un accidente en la pista de aterrizaje del aeropuerto Olaya Herrera en Medellín, el misterio de su origen quedó sin resolver.
Del suceso —donde murieron 17 personas— rescataron un pasaporte a medio quemar que documentaba a Gardel como originario de Tacuarembó, Uruguay. A pesar de ello, muchos biógrafos han objetado la información y ampliado el misterio: Gardel, pudo haber llegado de Toulouse, al sur de Francia o de Argentina, donde hoy se encuentra su mausoleo.
La única patria reconocible del cantante y compositor, es la del tango. Gardel —dicen los que saben del género— es su voz más representativa. En 2003, más de 800 grabaciones del cantante fueron registradas por la UNESCO en el programa Memoria del mundo, un proyecto dedicado a la preservación de documentos que pertenecen al patrimonio histórico de los pueblos del planeta.
Carlos Gardel murió en la cumbre de su carrera, pero su corta vida le alcanzó, no sólo para grabar más de 957 canciones, sino para actuar en 11 películas —la mayoría producidas por Paramount Pictures— que ayudaron a popularizar el tango en el mundo. La banda sonora de la cinta Las luces de Buenos Aires, dirigida por Adelqui Millar, incluye el tango Tomo y Obligo, la última canción que cantó en público, un día antes de su muerte.
En entrevista para Gatopardo, el escritor e investigador Pavel Granados, cuenta que la relación que tuvo Gardel con Hollywood fue particular. A principios de 1920 las productoras norteamericanas grababan —al mismo tiempo— películas en español y en inglés para evitar que la industria cinematográfica creciera en otros lados.
Gardel tuvo que adelgazar para tomar el papel de latinlover en la industria norteamericana. Después de su muerte, el mexicano Tito Guizar —quien le hizo un homenaje póstumo componiendo un tango a su memoria— tomó ese papel en las películas de Paramount. Guizar y Gardel se conocieron en Nueva York en un estudio de grabación y forjaron una relación de hermandad. La amistad era tal que, según Granados, Gardel fue a la casa del primer charro del cine mexicano para cantarle un tango a su hija recién nacida.
Granados, quien también es musicólogo, dice que Gardel estuvo a punto de venir a México, pero que la precaria red telefónica de la época fue un obstáculo determinante para que la visita se concretara. “Durante un viaje, un dueto llamado los Cuates Castilla, conectó a Gardel con Emilio Azcárraga Vidaurreta (entonces presidente de Televisa), pero al tomar la llamada, la línea se cortó y México ya no pudo ser parte de la última gira del cantante”, afirma.
La influencia de Gardel en nuestro país —remata Granados— se debe a que un empresario venezolano fundó en 1921 una compañía discográfica en la Ciudad de México que trajo a México todos sus discos. Después de eso, muchos compositores como Agustín Lara, Juan Arvizu y el mismo Guizar triunfaron en el género.
La influencia del Gardel también marcó a Colombia, aunque por razones más sombrías. En el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín persiste la escultura del cantante, que recuerda el lugar de la tragedia. En esa ciudad —que ya era tanguera antes de Gardel—se celebró este año el Festival de Tango, en conmemoración de su aniversario luctuoso.
Carlos Reyna