Ayer hubiera cumplido 90 años. Ayer, en un sábado de tantos, le hubiera sacado los asientos negros a su Citroneta para cargar las canastas que le permitieran ser feliz al reencontrarse con la gente. Ese vendedor ambulante sostenía y así lo había pintado en todos los lugares que pudo: “E’ ta’o fácil ser feliz”. Aquella canción del compositor brasileño Lucas Kleber titulada “Es tan simple ser feliz”.
Ayer, hubiera caminado entre nosotros para sacarnos una sonrisa, en un lugar en el que siempre las personas que consiguen eso se vuelven fundamentales. Ayer, nuestros paseos populares lo hubieran visto estacionar la Citroneta, llamada así mucho tiempo antes de ser campeones del mundo con todos subidos a la Scaloneta.
Ayer, en un sábado sin sol, sus girasoles hubieran florecido un poco más en su sombrero para que la tarde sea distinta, entre sus pasteles, tortas fritas y bolas de fraile incomparables… “Con margarina señora, para que a su esposo no le caigan mal”, bromeaba y vendía.
Ayer, entre mates y chocolates como ese ciclo de documentales que lo recuerda, hubiera roto el silencio invernal anunciando sus pasos tan caminados, apretando sus canastas con esas manos que eran fiel testigo del laburo, de los que tienen lo justo y muchas veces bastante menos, pero que la pelean todos los días con una sonrisa, para hacer más feliz a los otros y a los suyos. Porque ser feliz es tan simple.
“Negro no te escondas que ya te vi, pagáme lo que me debés”, “Señora como hace para aguantarlo tanto a su marido”, “Lo hicieron pelota a River”, “Lloren chicas, llegó Pirulo, el de los ojos celestes”, “Cómo las calienta el Padre Coraje, ahora son todas católicas”. Fueron algunas de sus frases, las que utilizaba para reírse con la gente y poder llenar la olla.
Teteque, fanático de Boca y el fútbol, era un muy buen jugador. Algunos lo recuerdan de compañero en Belgrano. Andando en bicicleta, el pedalín cruzando una calle le cortó el tendón de Aquiles, cortando prácticamente su carrera de jugador. El fútbol y sus canchas también lo recuerdan. Vendiendo coca y café, mientras se gritaba por el inolvidable equipo de Cafioca, representante del Barrio La Concepción, en los comienzos de los años ’70 y esos Nocturnos que nacían cuando asomaba la luna.
Pirulo fue un buen tipo, de esos que por suerte están fuera del registro de esos intelectuales porteños que vienen a la ciudad a decirnos sin margen de error quienes lo fueron y quiénes no. Fue muy querido, con anécdotas que lo pintan a la perfección. “Tenía adoración por los chicos. En sus últimos años ya no vendía para ganarse la vida, regalaba casi todo”, recordó Mabel Navarro, su hija en el documental sobre él.
O ese día cuando vio que le estaban robando la mercadería del Citroën y decidió dejarlos: “Deben tener hambre”. O aquella cuando hizo volver a su señora en colectivo desde Brasil porque en el auto no le entraban las cosas que había comprado para el kiosco que laburaba en el Colegio Nacional y la montaña de tela que le habían encargado para hacer el telón del Salón de Actos del Histórico.
Se llamaba Germán José Navarro, pero se volvió sobrenombre; fue popular, barrio y gente. Había nacido en nuestra ciudad un 8 de julio, un día como ayer, de 1933. En su acta de nacimiento lo anotaron el 10. Vivió en calle Suipacha, entre las calles España y 21 de Noviembre. Vendiendo mantuvo a su familia e hizo estudiar a sus hijas. Todas nuestras playas y las de Colón lo vieron llegar. Hizo amigos escuchando y contando historias. Muchos de los que vinieron en la época más gloriosa del Pelay desde diversos puntos del país se llevaron sus recuerdos, además de lo que vendía. A un matrimonio llegó a cuidarles los hijos en un campamento.
Esa libertad que le dieron estas playas bajo el cielo uruguayense eran la misma que antes, en plena dictadura militar, se podía encontrar cuando atendía el buffet del Colegio, como lo recordó mi amigo Pipo Iglesias tras su muerte. Ese kiosco y luego a repartir su mercadería en las oficinas del centro y los bancos.
Pirulo y la moto con un carrito, después una camioneta y el inolvidable Citroën –ese que hoy dicen que un vecino está restaurando-, el que empezaba a limpiar el viernes y cargaba todos los fines de semana. “Sabés las veces que lo tuvimos que traer a tiro del Pelay”, contó su hija.
De corbata, camisa y pantalón de vestir, con su sombrero lleno de flores, Teteque es parte de nuestro paisaje, como esos fueron su lugar en el mundo. La misma belleza que tienen los hombres buenos y simples, la usó antes para decorar vidrieras. Vivió a su tranco, esos tiempos que compartió con su Citroneta. Siempre, en cualquier lugar y a cualquier hora, se le dibujaba en su rostro la frase que lo inspiró: “Es tan fácil ser feliz”.
Ayer hubiera cumplido 90. Falleció el 26 de diciembre de 2012. Hoy, en el Día de la Patria y rumbo a los 11 años de su partida, vuelve en esa canción de Omar León y Los Concepcioneros: “Y los domingos los globos, fiestas patrias, banderitas; siempre ventas de ocasión, para ganarse la vida… después se fue para el Pelay, cuando le hicieron el puente, a vender sus tortas fritas como Pirulo, Teteque… Si un apodo es inmortal no te va a olvidar la gente, sos Milonguita…”. Lloren gurises. Pero no se olviden nunca que es tan simple ser feliz.
Notas al pie
* La nota es la contratapa del diario La Calle de este domingo.
* Fotos: Sucesos Fotografía (en el Arroyo Urquiza). Otras: del sitio oficial en Facebook “Concepción del Uruguay, pasado y presente. Conociendo Entre Ríos”.
* El documental que hacemos referencia se puede ver en Youtube: «Quién fue Teteque». Serie audiovisual de “Entre mates y chocolates”, iniciativa de la Asociación Civil “Caminos de Esperanza” y la UCU.
(Facebook Maecelo Sgalia)